Por Alessandra Oshiro [1]
Todo aquel que no es ajeno a la coyuntura nacional habrá notado que una buena parte del debate sobre la crisis política nacional gira en torno a la noción de democracia. Por ejemplo, pocos días después de asumir la presidencia, Manuel Merino daba una declaración en la que se refería a la convulsión política causada por la vacancia como una “transición democrática”[2]. Curiosamente, durante las masivas protestas en contra de aquel mismo proceso, no fueron pocos los carteles y pancartas que expresaron que la defensa de la democracia era, justamente, el motivo de la movilización. Lo que llama la atención es que, aun cuando se trata de intereses evidentemente contrapuestos, la justificación a la que se apela en cada caso es la misma: la democracia. ¿A qué se debe que un mismo término pueda usarse para legitimar posiciones contrarias? En mi opinión, esto podría indicar que nos encontramos frente a un concepto que resulta ser más ambiguo de lo que parece. Considero pertinente, por lo tanto, intentar explicitar algunos de los distintos significados que “democracia” adquiere en el discurso político, sobre todo, teniendo en cuenta lo que está ocurriendo en nuestro país.
No empezaré por un análisis de las opiniones de aquellos que consideraron la vacancia como un acto democrático. Sugiero revisar, por el contrario, un caso en el que la polisemia del término que nos ocupa ha pasado desapercibida con más facilidad. Me refiero, pues, a la narrativa que coloca al nuevo presidente, Francisco Sagasti, como el restaurador de la democracia. No es sorprendente que, dado el repudio generalizado que recibió la vacancia, la renuncia de Merino haya sido celebrada, probablemente, por la mayoría la población. Más aún, para algunos sectores, la búsqueda de un nuevo presidente significaba que, finalmente, habíamos solucionado el problema. Descartado el riesgo de ser gobernados por la izquierda, el nombramiento de Francisco Sagasti traería consigo, entonces, el ansiado retorno de la democracia perdida. En contraste con Manuel Merino, el tercer presidente en estas últimas semanas cuenta con estudios en el extranjero y una amplia experiencia laboral; asimismo, su voto en contra de la vacancia es, al parecer, una indudable garantía de la solidez de sus virtudes democráticas. Así, como muchos líderes de opinión se apuraron en señalar, con un presidente comprometido a seguir los debidos procesos para garantizar las elecciones del próximo año, el Perú podría, finalmente, respirar con alivio y ver con esperanza la consolidación de un país democrático con miras al bicentenario[3].
Ahora bien, es, precisamente, frente a estas narrativas que debemos ser particularmente cuidadosos con la ambigüedad del término “democracia”. ¿Cuál es la democracia que –dicen aquellas personas– se ha defendido? ¿en qué sentido la presidencia de Sagasti significa una restauración de la democracia peruana? ¿qué hará el nuevo gobierno para garantizar un panorama democrático para el bicentenario? Veamos esta cuestión un poco más de cerca. Lo que encontramos detrás de los elogios al nuevo presidente es, finalmente, la idea de que el criterio para calificar algo como democrático –sea un país, sea un proceso, sea una figura política– es seguir adecuadamente el marco legal establecido por la Constitución: elecciones transparentes, funciones y mecanismos contemplados en la Carta Magna (del 93), entre otras formalidades. Por lo tanto, aunque una sencilla distinción en términos de “Merino – antidemocrático vs. Sagasti – democrático” podría parecer convincente a primera vista, no nos encontramos ante posiciones sustancialmente diferentes. En realidad, tanto quienes saludaban la vacancia por ser “democrática” y constitucional, como quienes la condenaban por no serlo parten de una concepción formal de democracia. Finalmente, el manejo político del país vuelve a quedar en manos de aquel selecto grupo de “personas capaces y educadas” que, si bien pueden garantizar un funcionamiento constitucional, carecen de reales motivaciones para cambiar el status quo (como lo viene mostrando el nuevo presidente en sus últimas declaraciones)[4].
Es pues, en ese sentido, que escuchar que se califica la presidencia de Sagasti como la victoria de la democracia me deja una sensación de profunda insatisfacción. Esta incomodidad (que no debe ser solo mía) motiva, inevitablemente, una pregunta que ya se ha dejado oír más de una vez en la esfera pública. ¿Es realmente suficiente garantizar un funcionamiento constitucional para hablar de un país democrático? El hecho de que, a pesar de haber tenido elecciones transparentes por varios períodos, el Perú figure como uno de los países más insatisfechos de la región en lo que a democracia respecta es revelador[5]. ¿A qué se debe este descontento, si hemos estado siguiendo los procesos electorales como corresponde? Frente a este tipo de preguntas, no resulta difícil notar las limitaciones de una comprensión puramente formal de la democracia. Al parecer, los peruanos y peruanas esperamos más que procesos transparentes regulares. Debemos, por lo tanto, ir más allá de las formalidades “democráticas” establecidas para preguntarnos, en lugar de ello, si el marco legal que los garantiza es en sí mismo democrático. Es este tipo de análisis el que, en mi opinión, se encuentra detrás de las demandas por una asamblea popular constituyente. Y podríamos decir, del mismo modo, que aquella exigencia contempla, también, una comprensión distinta de democracia.
El sentido en el que la exigencia por una nueva constitución es democrática es, entonces, distinto al que Vizcarra, Merino, Sagasti y muchas otras figuras políticas han invocado en los últimos días. En contraste con una democracia puramente formal, las demandas por una asamblea popular constituyente apuntan a elaborar, finalmente, una constitución verdaderamente representativa[6]. Si bien podríamos decir, quizá, que la democracia ha sido restituida en términos formales, resulta difícil sostener lo mismo desde una comprensión más amplia y concreta del mismo término. Sobre esto, una revisión de la constitución que rige el Perú desde hace poco más de 20 años ya nos diría bastante.
Dejando de lado las condiciones bajo las que fue creada, resulta difícil sostener que la actual Constitución representa los intereses toda la población. Como podrá constatar todo aquel que haga una revisión del capítulo II (De los derechos sociales y económicos), la Constitución del 93 es funcional al neoliberalismo ortodoxo que nos dejó el gobierno de Fujimori. En ella se refleja la intención de consolidar una economía de libre mercado atractiva para inversionistas, a costa de los derechos obtenidos por los trabajadores y grupos sociales marginados[7]. ¿Dónde quedaría, entonces, la democracia? ¿No es esta el “gobierno del pueblo”? Sin necesidad de revisar literatura especializada, prestarle atención a lo que la actual constitución ha permitido a lo largo de todos estos años sugiere ya una respuesta. Podemos listar algunos ejemplos rápidamente: creciente precariedad y flexibilización laboral[8], violenta represión de comunidades indígenas en conflictos ambientales[9], educación orientada al lucro privado[10], y ni qué decir del precario sistema de salud pública –y el costoso servicio privado– que ha agudizado la crisis del Covid-19 en este país neoliberal. Frente a todo esto, es importante traer a la mesa algunas otras preguntas: ¿fue suficiente modificar el artículo que permite la reelección para hacer democrática a la Constitución del 93? ¿será suficiente, ahora, quitar la inmunidad parlamentaria y la figura de la vacancia por incapacidad moral permanente? Para cerrar esta reflexión, creo que hay una mejor manera de plantear la cuestión: “Es lógico que un liberal hable de ‘democracia’ en términos generales. Un marxista no se olvidará nunca de preguntar: ‘¿Para qué clase?’”[11]
Notas
[1] Agradezco a Vania Alarcón, André Jakobsen y Ricardo Rojas por todas las discusiones y comentarios de gran utilidad para la elaboración de este texto.
[2] Cf. Redacción Perú21 (14 de noviembre del 2020). Merino dice que las protestas provienen de jóvenes que perdieron estudios y trabajo por el COVID-19. Perú21. Recuperado de https://peru21.pe/politica/merino-dice-que-las-protestas-provienen-de-jovenes-que-perdieron-estudios-y-trabajo-por-el-covid-19-marcha-nacional-nndc-noticia/?tmp_ad=30seg.
[3] Cf. Delta, M. (19 de noviembre del 2020). De la muerte a la esperanza. Perú21. Recuperado de https://peru21.pe/opinion/de-la-muerte-a-la-esperanza-noticia/?ref=p21r.
[4] Cf. Wallerstein, I. (15 de setiembre del 2010). Democracy – Everywhere? Nowhere? Recuperado de https://iwallerstein.com/democracy-everywhere-nowhere/. Sobre esto, ver también León, S., (25 de mayo del 2017). Historia de dos democracias. Disonancia. Recuperado de https://disonancia.pe/2017/05/25/historia-de-dos-democracias.
[5] Frente a la pregunta por el grado de satisfacción con la democracia, el Perú se encuentra en el penúltimo lugar con un 11% de encuestados satisfechos. Cf. Corporación Latinobarómetro (2018). Informe 2018. Recuperdo de https://www.latinobarometro.org/lat.jsp, p.35.
[6] Un dato pertinente al pensar las demandas de una mayor representatividad es que, según el Latinobarómetro, el 85% de peruanos encuestados considera que se gobierna solo para el beneficio de unos cuantos grupos poderosos. Cf. Corporación Latinobarómetro (2018). Informe 2018. Recuperdo de https://www.latinobarometro.org/lat.jsp, p.38.
[7] Cf. Rojas Álvarez, R. (2008). Evolución constitucional peruana: de la Carta de 1979 a la Carta de 1993. Análisis crítico, perspectivas y debate sobre la actual reforma constitucional. Derecho y Humanidades, (14), 90-100. doi:10.5354/0719-2517.2011.16032; Bernales Ballesteros, E. (2013). El desarrollo de la Constitución del 1993 desde su promulgación a la fecha. Pensamiento Constitucional, 18(18), 35-46.
[8] Ver, por ejemplo, Paucar, J. (30 de julio del 2019). Vizcarra aprueba plan de competitividad sin dialogar con trabajadores. LaMula.pe. Recuperado de https://redaccion.lamula.pe/2019/07/30/martin-vizcarra-reforma-laboral-plan-competitividad-productividad/jorgepaucar.
[9] Ver, por ejemplo, Neyra Soupplet, R. (21 de julio del 2020). Violencia y extractivismo en el Perú contemporáneo. Revista Ideele. Recuperado de https://www.revistaideele.com/2020/07/21/violencia-y-extractivismo-en-el-peru-contemporaneo.
[10] Ver, por ejemplo, Gil, J. (18 de noviembre del 2020). La versión naranja de la educación. Sudaca.pe. Recuperado de https://sudaca.pe/2020/11/18/la-version-naranja-de-la-educacion/?fbclid=IwAR3m2KJnHCIlqA0E_ADPgcdFhRdmSVbATtu45Fl9Q6VocNIWVzTu0knIR9A.
[11] Lenin, V.I (2007). La revolución proletaria y el renegado Kautsky. Madrid, Fundación Federico Engels, p. 15.
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