Por Felipe Portocarrero O’Phelan
I
Hoy he tomado una infusión gonzalespradiana, una tisana de radicalismo para aliviar un conjunto de indigestiones, generadas a causa de una ingestión forzada de liberalismo a la peruana.
Sí, exactamente ese liberalismo peruano que se vanagloria de ser el estandarte de la democracia a lo largo de nuestra fallida historia.
II
La fábula de la crítica constructiva me subleva, me indigna hasta generarme urticaria.
¿Promesa republicana?
¿Promesa neoliberal?
Las dos promesas de nuestro liberalismo. Hablemos mejor de mitos y de mitomanía.
III
Y es que podemos hablar de mitos fundacionales [y funcionales], de metáforas repetidas hasta el delirio.
El mito republicano, el mito de la unidad de propósito y de los ideales libertadores. Todos somos iguales, todos merecemos la misma consideración.
Entelequias liberales de un grupo privilegiado que se adjudicó el derecho de decir qué era el Perú y qué debería ser.
IV
Y, luego, el mito neoliberal…
La culminación de la historia y la verdadera y ansiada vida democrática.
¡Sí claro!
Es que el terrorismo…
es que la estatización de la banca…
es que esos rojos…
es que Velasco…
es que esos cholos resentidos.
¿Solución…?
Hagamos que todos sean emprendedores.
¡Claro!, ni siquiera se les ocurrió decir “hagamos que todos sean ciudadanos”, al menos hubiera sonado mejor.
¡Tú sólo puedes cholito, no necesitas mi ayuda para llegar a ser como yo, tú tranquilo, el chorreo es la solución y la plata llega sola!
Un nuevo pacto social, el pacto infame.
¿Pacto…?
Infamia pura, a decir verdad.
V
El neoliberalismo fue, es y seguirá siendo un modelo nefasto de cara a cualquier aspiración por construir una cultura y una sociedad democráticas.
No era, ni es, ni será novedad.
VI
Ni república sin ciudadanos, ni ciudadanos sin república. El Perú no es una república y en el Perú no hay ciudadanos. Eso tiene que quedar bien claro.
VII
¡Ah, pero por supuesto!
Tú eres ciudadano porque pagas tus impuestos, porque estás en planilla. Tú eres ciudadano porque eres formal, porque diriges tu vida de acuerdo a la ley y el orden, porque eres tolerante y políticamente correcto. Tú eres ciudadano porque en la mesa no se discute ni de política ni de religión. Tú eres ciudadano porque eres apolítico. Tú eres ciudadano porque haces tu labor social y donas tu platita al teletón.
¡Qué gran ciudadano!
VIII
Pero, ¿cómo quieren tener buena educación y salud si no pagan sus impuestos estos informales?
¡Y claro!, el Estado es corrupto e ineficiente, receta para el desastre.
¿Asoma algo de consciencia histórica?
Ni la sospecha…
¿En qué momento se jodió el Perú?
Nacimos jodidos, crecimos jodidos y, como es lógico, estamos bastante jodidos.
El binario formal/informal podría ser el resumen liberal de nuestra liberal historia.
IX
¡Ay nuestros liberales!
Duelen en el estómago los punzones y retortijones generados por un engaño que ya dura casi doscientos años.
Nuestros próceres, nuestros caudillos, pero también [y, sobre todo] nuestros Pardo, Piérola, Riva Agüero, los Prado, Belaunde, el propio Haya y su megalómano hijo predilecto; Fujimori y nuestros demócratas del nuevo milenio.
Tremendo equipo, cuántas victorias en nombre de la democracia, en nombre del Perú, de todo el Perú.
¡Qué poder discursivo!
¡Qué retórica tan persuasiva!
¡Qué acertada lectura del país y de sus problemas!
Hay que padecer una grave miopía para no comprender que se trata de la historia de un error [Nietzsche dixit].
X
Y es que pareciera que nuestra pequeña y famélica resistencia, nuestras erupciones indigenistas, radicales, reformistas y críticas, hubieran sido momentos de condescendencia, momentos de adormecimiento y embriaguez de esa clase dominante, que entre sus propias disputas permitió la actividad, al menos intelectual, de algunos cuantos atinados.
Y es que es tan simple como el reconocer que todo empezó mal, y que todo lo que empieza mal, pues termina mal.
Y es que lo que está mal, pues hay que sacarlo de raíz, quemar esa tierra y volver a trabajarla.
Pero la soberbia y el miedo por ceder, aunque sea, un poco de poder, han sido, probablemente, la mejor estrategia reproductiva posible y el mejor obstáculo para esa “faena” de limpieza tan urgente.
El liberalismo tiene esa cualidad embriagante, ese aroma tentador, pero también aquel efecto devastador, la cirrosis social de una inexistente nación y la diarrea hemorrágica de aquellos en los márgenes de su historia.
XI
¿Solución? ¿Respuesta? ¿Remedio?
No las hay ni las habrá mientras no se planteen las preguntas adecuadas, mientras no se ajusten cuentas con el pasado, en vez de reivindicarlo de forma chauvinista e instrumental.
Es hasta folclórico apreciar cómo muchos de mis queridos liberales [claramente no todos han tenido su momento de antagonismo individual] han atravesado por su momento radical. No les dura mucho eso sí, va en contra de sus intereses.
“En resumen, el Perú es un organismo enfermo: donde se pone el dedo, salta la pus” dice el maestro y razón no le falta.
Aunque tocaría reformular la conocida frase de la siguiente manera:
El Perú no es un organismo y está lejos de serlo. Se trata más bien de un ente, pero eso sí, un ente enfermo del cual brota miseria, hastío y tristeza.
[¡Que no me vengan con esos cuentos psicométricos de la felicidad detectada a partir de una encuesta! ¡Caray!, no aprenden]
XII
Lugar especial merecen nuestros medios.
Nuestros liberales y democráticos y acaparadores medios.
La pulsión democrática que los conduce, que guía su noble labor, los ha llevado a consagrar a una pintoresca cohorte de ex-troskos, libertarios y mercachifles, distinción deliberada la aquí propuesta, pues al final son uno para todos y todos para uno.
Pretendiendo ser un coro trágico, se atribuyen la autoridad de ser la voz de la consecuencia, de la moderación centrista ante los afanes comunistas y populistas, de la reivindicación de las libertades individuales por sobre absolutamente cualquier otra cosa que pueda ser pensada.
[Nuestros sutiles profetas del odio].
XIII
Pocas son las cosas o situaciones que derivan en risas y en nauseas al mismo tiempo, nuestros medios son algunas de ellas.
Entre la exageración huachafa y el disfraz de neutralidad, nuestros liberales medios hacen gala de su indignación ante cualquier elocución que contenga los vocablos pueblo, público o popular…
¡Eso es ideología!, espetan con valentía.
¡Ah!, pero eso sí, su neutralidad se contornea, danza con excitación y frenesí, si en la letra de la canción se escucha empresa, desregulación, mercado y competencia.
[Nuestros grandes compositores de la gran estafa].
XIV
Repítelo, repítelo tantas veces como puedas y será verdad, se tomará como verdad y se predicará como verdad.
No hubo conflicto armado interno, hubo terrorismo.
No hemos sido ni somos un estado oligárquico, lo que hay es corrupción.
El problema no es la redistribución justa de la riqueza, el problema es la informalidad.
No hubo genocidio, hubo daños colaterales.
No existe la mezquindad en nuestra benemérita clase empresarial, lo que hay es ineficiencia en el estado.
[Nuestra verdad es una histórica patraña].
XV
No hay duda que mentir es un arte, aunque decir la verdad también lo es. En ambos casos se trata de una decisión. Así también lo es el engañarse. Frente a la mentira, dos opciones: se cree y se repite, se niega y se desbarata. ¿Hay que preguntar qué opción ha elegido el Perú?
XVI
¿Qué méritos guardarle a nuestro peruano liberalismo?
Primero, su gran camaleonismo y su sentido de la oportunidad…
[sí, su oportunismo].
Segundo, su destreza en el arte de la mentira…
[sí, su mitomanía].
Tercero, su eficiencia ingenieril…
[sí, su capacidad para construir una maquinaria de la injusticia].
Cuarto, su republicanismo…
[sí, esa unidad de propósito, la cual consiste en silenciar cualquier discurso que vaya en contra de sus prerrogativas].
Finalmente, en quinto lugar, pero no por ello menos significativo, la estabilidad de sus ideales…
[sí, la estabilidad para engañar al Perú por casi doscientos años].
¡QUE VIVA EL BICENTENARIO DEL PERÚ!
Créditos de la imagen: https://www.filosofia.org/hem/dep/mer/n006p359.htm