Por Julio Marchena
Si Vladimiro Montesinos presentara su libro de memorias en el siguiente Hay Festival de la Ciudad Blanca por zoom, tal vez no sorprenda la presencia de su paisano Mario Vargas Llosa como presentador. A estas alturas, así como algunos tememos que cualquier cosa pueda pasar en el ámbito político nacional, no debería sorprendernos que quien fuera uno de los intelectuales más importantes del país termine por convertir sus últimos tiempos recios en simplemente necios. Lo que sigue sorprendiendo es el cariño de sus allegados que no le han increpado públicamente su entusiasmo fujimorista (hoy podría ser llamado incluso ‘fujimontesinista’) tal vez no solo por una supuesta lealtad y respeto a su trayectoria literaria sino por ese renovado espíritu tolerante que surgió en la segunda vuelta según el cual a los votantes de ambas opciones les asistían por igual buenas razones para justificar su voto. Desde esta lectura, las expresiones racistas o de odio de clase que se han expresado no solo en espacios privados sino en las calles al amparo de la libertad de expresión y de huachafería pre-republicana (las banderas con la Cruz de Borgoño en manos de ‘jóvenes patriotas’, por ejemplo, superaron al besamanos de Vitocho al Rey de España de hace unos años) son manifestaciones que habría de comprender desde una perspectiva tolerante y democrática. Claro, añadirán, no todos los que votaron por Keiko piensan de esa forma. Quisiera creer que es así y que detrás de ese voto primó más el miedo a poner en peligro sus seguridades económicas y no el miedo a que un cholo nos gobierne. Mientras sigo en mi etapa de deconstrucción con miras a ser mejor persona y planifico cómo reconciliarme con aquellos amigos de los que me he alejado en esta dura campaña pienso también en cómo deben haberse sentido muchos de ellos al ver de nuevo a Montesinos maquinando cómo liberar al Perú del comunismo una vez más.
Muchas cosas se podrían decir del papel de los intelectuales en este contexto crítico; tal vez lo primero que habría que aclarar es qué significa serlo. En todo caso, aquellas voces lúcidas se requieren con mayor urgencia en estos tiempos, no solo para señalar la necesidad de pensar en los grandes problemas del país no resueltos a lo largo de toda nuestra historia republicana; sino para tomar partido en términos políticos por razones meramente pragmáticas: acabar con un problema puntual y cerrar un ciclo. Hay, creo yo, un temor a la equivocación que también paraliza; una curiosa exigencia moral de responsabilidad con la teoría en desmedro de una pragmática con la realidad social actual que implica costos -¡qué duda cabe!- que pocos quisieran correr.
El escritor Alonso Cueto escribió un artículo titulado “La nueva segunda vuelta”[1] en el que considera que frente a un Perú dividido en el que prima el ruido de la violencia de dos posturas políticas en conflicto, se impone tomar partido por el diálogo y no el suicidio. Muy de acuerdo; pero lo que se debe señalar también es que previo al diálogo (o en paralelo, si se quiere) se debe reconocer la realidad y aceptarla tal cual. El ruido político, al que hace mención el artículo de Cueto, que solo lleva “al desasosiego y la incertidumbre” de un escenario apocalíptico como en el que estamos instalados se origina por una de las fuerzas políticas en disputa y se replica por los medios afines a dicha fuerza. En otras palabras, no hay que confundir la naturaleza del ruido: hay uno monótono que sirvió de insumo para la elaboración de la ‘narrativa del fraude’ y que ahora juega en pared con la ‘estrategia del golpe lento’. La radicalidad del centro a veces es más intolerante que los opuestos que critica, pues lo que pone en tela de juicio es la realidad tal cual: hay un ganador y hay una perdedora que no quiere reconocer su derrota.
Tengo la sospecha de que el ‘centrismo radical’ ha sido el punto de vista desde el que se ha desarrollado, al menos desde el postfujimorismo de Alberto, la ‘narrativa republicana’ contemporánea sintetizada en el lema “Firme y feliz por la unión”. Dicha narrativa no desconoce los grandes problemas que doscientos años de ‘republicanismo’ no han superado y que son los principales impases teóricos de lo que implicaría ese ideal, como lo es, la igualdad ante la ley[2]. Dicha narrativa en sus diversas variantes ha servido de telón de fondo de cada nueva promesa política desde el chorreo toledista hasta el ‘centrista’ PPK (perdonen esta broma de mal gusto). Todos llegaron al poder con la promesa de una más justa redistribución en términos de equidad con el respeto irrestricto a lo que ahora se ha llamado ‘el modelo’ manejado por otro de los grandes protagonistas del Perú de estos últimos treinta años: el ‘piloto automático’. Hemos vivido pues los finales de una narrativa de falso republicanismo que ha sido funcional al status quo y a los grupos de poder dominantes.
Dos cosas finales sobre nuestros doscientos años de vida republicana. Si hay algo que hay que celebrar –a pesar de la situación dolorosa que nos ha tocado vivir no solo en este proceso electoral sino sobre todo en la pandemia que ha causado miles de muerte y evidenciado nuestras terribles desigualdades- es que no haya celebración. Sí, de las pocas cosas que me ha alegrado esta coyuntura es que las celebraciones por nuestros doscientos años de vida republicana se hayan ido al Luis Arce Córdova. Literal. A veces hay fiestas que son más divertidas cuando se las tumban. Y me explico brevemente en un ejercicio de historia política contemporánea contrafáctica, de esas cosas que algunos intelectuales juegan a imaginar para tratar de entender algo de la realidad: ¿Qué hubiera pasado en el Perú este 2021 sin pandemia? ¿Qué estaría sucediendo ahora mismo, junio 2021, en un país dentro de un mundo en el que no hubiera aparecido el covid? Probablemente estuviésemos ya cansados de las previas del 28 de julio, celebrando nuestra peruanidad con un cebichito interminable y nuestra inca kola a pesar de que ya no es de los Lindley, pero que combina con todo. Estaríamos expectantes de otro triunfo de la blanquirroja contra nuestro equipo B (el de Venezuela) para pasar a semifinales de la Copa América sin imaginarnos que hubiera algún chistoso que diga que se juega “el clásico Vladimir Cerrón”. (Esa pesadilla todavía no se habría inventado). Muchas actividades a teatro lleno televisadas por todos los canales y transmitidas directo en directo por RPP. Todos con nuestra escarapela sin escarapelarnos de miedo frente al comunismo. ¿Qué es eso? Probablemente la mayoría estaría celebrando o algunos aceptando resignados pero con optimismo (la esencia de la peruanidad) un nuevo gobierno de centro (derecha o izquierda, da lo mismo: centro es centro). En otras palabras, estaríamos a pesar de todos los retos u oportunidades (que ya no problemas) firmes y felices por la unión, el lema de nuestra vida republicana.
Pues eso no va a pasar. Eso ya fue.
Y no con ello quiero decir que no se le debe rendir un homenaje a tantos mártires del republicanismo que consideraron el proceso de Independencia una verdadera revolución[3] y lucharon por sentar las bases de un Perú inclusivo, a pesar de las criolladas de ayer, hoy y siempre. No. La doctora McEvoy homenajea a varios héroes republicanos como José Faustino Sánchez Carrión[4] quien, con todo su posible paternalismo se la jugó por sus ideales revolucionarios y por el “indio” (hoy para variar ninguneado hasta en sus votos). Y jugársela en nuestra incipiente República por esos valores al punto de morir por ellos es más heroico de lo que cabe imaginar sobre todo en estos tiempos en que la heroicidad es cuidar las formas, evitar ‘ofensas’, hablar bajito o simplemente mirar para otro lado para evitarse problemas.
Un país reconciliado (si es que alguna vez fuimos una verdadera nación) requiere una justicia previa y el respectivo perdón después del reconocimiento de nuestros propios errores, excesos o radicalizaciones. Para reconciliarnos tenemos que ser justos; pero dicha reconciliación va más allá de perdonarnos fujimoristas y antifujimoristas. La reconciliación es con las voces que ignoramos no en estos meses de campaña, sino con los que creíamos que no habría que escuchar a lo largo de doscientos años. Incluir, dar voz, tener la disposición de entender y tratar de hacernos entender, de tender puentes para un auténtico reconocimiento mutuo. Dejar que nos gobiernen, tener fe y comprometernos en trabajar juntos. Ser, en otras palabras, auténticos republicanos, como Sánchez Carrión, como los campesinos que han venido a Lima para defender sus votos, como los que a pesar del cargamontón de la Lima moderna votaron por Pedro Castillo y fueron hasta sus personeros, como la Generación del Bicentenario que salió en noviembre del 2020 para enfrentarse al golpe de Estado, como Inti, como Bryan, nuestros héroes.
Me corrijo entonces (es el riesgo de pensar las cosas más de una vez) si es verdad que hay algo que no voy a celebrar (una noción de republicanismo funcional a los intereses de los grupos de poder) sí hay algo que celebrar (disculpen mi optimismo, es un defecto difícil de superar): la posibilidad de una refundación de la República, de un papel más activo de las voces intelectuales en el debate público, de la defensa vehemente de nuestros principios y la capacidad de aceptar nuestros errores, de asumir con madurez que los cambios se logran luchando y que hay principios que en toda dinámica se deben respetar, por ejemplo, y como mínimo: reconocer que a veces se gana y a veces se pierde.
¡Feliz 28, si llegamos con vida!
[1] Cueto, Alonso (2021). “La nueva segunda vuelta”, en: Diario el Comercio del 18 de junio del 2021. https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/elecciones-2021-la-nueva-segunda-vuelta-por-alonso-cueto-noticia/
[2] La historiadora Cecilia Méndez desarrolla esta idea en su artículo: “Olvidos bicentenarios, democratización y racismo”, en: Diario La República, 21 de junio del 2021. https://larepublica.pe/opinion/2021/06/21/olvidos-bicentenarios-democratizacion-y-racismo-por-cecilia-mendez/
[3] Cfr. Méndez, 2021, en el que señala que no se resalta el espíritu revolucionario de la lucha por la independencia nacional.
[4] “José Faustino Sánchez Carrión y la república como destino”, pp. 163-175. En: McEvoy, 2021.
Créditos de la imagen: Aldair Mejía / La República