Coronavirus: el reto de una enfermedad social

Por Rodrigo Maruy Van Den Broek

Hacia las primeras páginas de su reciente libro titulado Homo Deus, el historiador israelí Yuval Noah Harari señala que son tres los grandes problemas que han asolado a la humanidad desde sus orígenes. La traducción española de aquel pasaje reza lo siguiente:

La mayoría de la gente rara vez piensa en ello, pero en las últimas décadas hemos conseguido controlar la hambruna, la peste y la guerra. Desde luego, estos problemas no se han resuelto por completo, pero han dejado de ser fuerzas de la naturaleza incomprensibles e incontrolables para transformarse en retos manejables (Y. N. Harari, Homo Deus, 2016).

Un primer término debería llamar nuestra atención: la peste. De hecho, resulta curioso notar el carácter polisémico o, si se prefiere, polivalente de este concepto. Tanto la hambruna como la guerra se mantienen relativamente constantes en sus diferentes traducciones. La peste, sin embargo, es un caso particular. Por ejemplo, en la traducción al inglés se emplea la palabra “plague”, cuyas resonancias han de remitirnos al español “plaga”. Ambos términos poseen, por supuesto, las mismas connotaciones peyorativas de un malestar abundante y mortal. La traducción francesa utiliza más bien “les épidémies” –siempre en plural–, incidiendo acaso en el carácter social, territorial o incluso demográfico del problema. La traducción alemana, por su parte, se vale del término genérico “Krankheit”: enfermedad. ¿Qué nos sugieren, pues, estos vaivenes semánticos?

Antes de esbozar cualquier intento de respuesta, se precisa una acotación. Frente a la actual crisis del Covid-19 y sus consecuencias aún inciertas para los próximos meses o años, es evidente que, lejos estar bajo control, esta pandemia nos ha demostrado cuán frágiles siguen siendo nuestros órdenes institucionales para lidiar con semejante problema; cuán vulnerables somos aún. Ahora bien, no sería exagerado afirmar que el carácter problemático del Covid-19 no reside tanto en que se trata de un virus altamente contagioso que tiende a afectar, entre otros, el sistema respiratorio de individuos particulares. Por el contrario, pareciera que este problema representa fundamentalmente una enfermedad social en distintos órdenes o niveles. Piénsese acaso en los impactos no solamente sanitarios, sino sobre todo económicos, políticos, jurídicos, medioambientales e incluso interpersonales que esta pandemia ha desatado. Así pues, examinar más detalladamente en qué sentido el Covid-19 es un problema de carácter social pueda tal vez contribuir a esclarecer qué es lo que está en juego, hoy por hoy, en esta crisis.

Volvamos a la cita de Harari: el hambre, la enfermedad y la guerra habrían dejado de ser “fuerzas de la naturaleza incomprensibles e incontrolables para transformarse en retos manejables”. Un segundo término llama ahora nuestra atención: naturaleza. En efecto, ¿de qué hablamos cuando hablamos de naturaleza? En principio, nuestra concepción moderna –científica– nos incita a concebir la naturaleza como un reino estable de leyes y regularidades que no dependen de la voluntad humana. Por lo menos en este sentido, la manera en que el Covid-19 daña nuestros organismos es un problema natural, dado en función a determinadas condiciones de nuestra biología. No obstante, cuando Harari habla de “fuerzas de la naturaleza incomprensibles e incontrolables”, parece referirse a algo muy distinto. Para nuestra cosmovisión moderna, la naturaleza puede e incluso debe ser comprendida y controlada. El desarrollo de las ciencias (naturales), de la tecnología y, en concreto, la revolución industrial son pruebas vivientes de ello. Sin embargo, no es preciso olvidar que la naturaleza también tiende a oponerse a la cultura. Lo natural designa aquello que se encuentra más allá de los asuntos humanos. De hecho, empleamos igualmente la expresión “natural” para referirnos a aquello que es absolutamente inmodificable, por ejemplo, cuando se habla de la susodicha “familia natural” o de los “derechos naturales”. Y tampoco pareciera casual que ambos –la familia y el derecho naturales– suelan remitirse a lo divino. “Dios, es decir, la naturaleza”, decía Spinoza. El problema comienza entonces a perfilarse.

Ciertamente el Covid-19 no fue interpretado como una fuerza natural incomprensible ni como una plaga enviada del cielo. Su genoma fue secuenciado en tiempo récord y los laboratorios se apresuran por idear una vacuna que nos permita retornar a nuestra anhelada “normalidad”. Por desgracia, la normalidad parece ser el verdadero problema, ya que lo normal es aquello que, en muchos casos, percibimos como una fuerza natural inmodificable. Pongamos un ejemplo. 

En una reciente entrevista para SRF Kultur, el economista francés Thomas Piketty, refiriéndose a las drásticas reducciones que han acontecido en el tráfico aéreo y demás sectores importantes de la economía, señalaba lo siguiente:

Lo que podemos aprender, por lo menos, de esta crisis sanitaria es que ciertamente podemos cambiar de manera colectiva y fundamental las reglas del comportamiento de la economía, si lo consideramos necesario (SRF Kultur, 2020, 55:28).

En efecto, como bien se indica en la entrevista, unos meses antes de que se desatara la crisis del Covid-19, era más bien la crisis climática aquel fenómeno que –protegido igualmente por su ausencia de visibilidad para el ojo cotidiano– amenazaba nuestras vidas e incluso la pervivencia de nuestra especie. Ante los reclamos de diversos movimientos sociales como Fridays for Future o Extinction Rebellion, nuestros dirigentes empresariales se alineaban al discurso de ausencia de alternativas: “La sostenibilidad es económicamente inviable”. Por su parte, el margen de acción de nuestros dirigentes políticos era percibido como insignificante frente a la potencia colosal de las grandes corporaciones o, si se prefiere, del capitalismo. Nosotros, ciudadanos y ciudadanas de a pie, asentíamos desde nuestros hábitos de consumo, no sin complicidad.

Ahora, la pandemia ha abierto una grieta. Una grieta desde donde podemos intuir que, entre otros, el funcionamiento de la economía no es una “fuerza de la naturaleza incomprensible e incontrolable”, sostenida por las implacables cadenas de la necesidad, sino más bien el producto contingente y azaroso de convenciones humanas, históricas y políticas. Convenciones que descansan sobre presupuestos cuestionables y que, en última instancia, podemos subvertir. El problema –y con esto quiero retornar sobre la idea de que el Covid-19 es una enfermedad social– surge cuando los impactos de esta crisis se asumen también como fuerzas naturales o, incluso, sobrenaturales.

“Los sistemas de salud del tercer mundo son paupérrimos; muchas personas van a morir. La economía va a estancarse; muchos negocios van a quebrar y habrá, por ende, escasez de recursos”. De hecho, ¿qué impediría establecer alianzas de cooperación internacional entre potencias mundiales y empresas transnacionales que provean recursos suficientes para resolver estas carencias? “Imposible. La gente va a sufrir, la gente va a morir. Y no hay nada que podamos hacer para evitarlo”. 

En una palabra, el verdadero problema surge cuando nuestra capacidad para repensar aquellas “implacables fuerzas de la naturaleza” que definen nuestros órdenes institucionales se ve bloqueada ideológicamente. De este modo, se hace imposible (o por lo menos inconcebible) transformarlas en “retos manejables”, comprensibles, controlables. El problema, además, se intensifica cuando la crisis en cuestión impide movilizaciones sociales a gran escala que permitan ejercer presión sobre nuestros dirigentes políticos, quienes han demostrado abiertamente que pueden hacer lo impensable para salvar vidas. 

Sobrevivir, sin embargo, no es suficiente. No cuando quienes fortuitamente nacieron en contextos precarios fallecerán –fallecen– por injusticias estructurales. No cuando aceptamos, esperanzados, tecnologías mucho más incisivas de vigilancia en nombre de la santa seguridad. No cuando los dirigentes de turno aprovechan nuestro aislamiento para prolongarse en el poder, prologando también aquellas instituciones que han hecho, de este problema natural, una enfermedad social. Diríamos: una peste.

Hacia la navidad de 1914, hubo un cese de fuego no oficial entre el ejército británico y el ejército alemán. Soldados enemigos intercambiaron cerveza, pudín y tabaco, jugaron fútbol e hicieron parrilladas en señal efímera de cofradía y de paz. Por supuesto, aquellos gestos pasajeros no bastaron para terminar con la Gran Guerra, pero sí (quizás) para mostrarnos que incluso en el campo de batalla –matar o morir– hay cierto margen de acción para ponernos de acuerdo y cooperar como seres humanos. Hay cierto margen de acción para apropiarnos de aquello que parece extraño, ajeno y sobrenatural. Hay cierto margen, en suma, para luchar, no sin esperanza.

Y muy a pesar de que con todo esto no creo en realidad haber dicho nada que escape a las trivialidades del sentido común, decirlo –a veces– no está de más.

Referencias bibliográficas:

Harari, Y. N. (2016). Homo Deus: Breve historia del mañana. Madrid: Debate.

Harari, Y. N. (2016). Homo Deus: A Brief History of Tomorrow. New York: Harper.

Harari, Y. N. (2017). Homo Deus: Une brève histoire de demain. Paris: Albin Michel.

Harari, Y. N. (2018). Homo Deus: Eine Geschichte von Morgen. München: C. H. Beck.

Piketty, Th. (2020). Ungleichheit zerstört die Demokratie. Sternstunde Philosophie, SRF Kultur.

A propósito de los conceptos de ideología, problema, enfermedad y lucha social:

Celikates, R. (2009). Kritik als soziale Praxis: Gesellschaftliche Selbstverständigung und kritische Theorie. Frankfurt a.M.: Campus.

Celikates, R. & Jaeggi, R. (2017). Sozialphilosophie: Eine Einführung. München: C. H. Beck.

Honneth, A. (2009). Una patología social de la razón. En Patologías de la razón: Historia y actualidad de la teoría crítica. Buenos Aires: Katz Editores.

Jaeggi, R. (2009). Was ist Ideologiekritik. En R. Jaeggi & T. Wesche (Eds.), Was ist Kritik? Frankfurt a.M.: Suhrkamp.

Jaeggi, R. (2009). Was ist eine (gute) Institution? En R. Forst et al. (Eds.), Sozialphilosophie und Kritik. Frankfurt a.M.: Suhrkamp.

Jaeggi, R. (2014). Kritik von Lebensformen. Frankfurt a.M.: Suhrkamp.

Agradezco a Rodrigo Olliart por sus valiosos comentarios al texto y a Alessandra Oshiro por interesantes conversaciones sobre, entre otros, el concepto de ideología.

Créditos de la imagen: Radio Nacional.

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