¿Fin del mundo?[1]

Por Frédéric Lordon

(Traducido por Marcos Lopez)

El colapso de un orden de dominación es reconocible por el asombro que se ve en los rostros de sus sirvientes. El sábado [1 de diciembre], el espectáculo no ocurrió solo en las calles. Estuvo, y sigue estando, en las caras asombradas de BFM, CNews, France 2 y casi todos los canales de televisión atrapados en una radical incomprensión de lo que está ocurriendo. Lo que la estupidez tiene en común con el asombro, se expresa en la misma etimología de las palabras. Aquí, las dos se vuelven indistinguibles y su espectáculo común se ofrece como un tipo particular de continuas «noticias».

Como a la mente humana prefiere las ideas fáciles que le dan satisfacción y consuelo, los trompetistas de un «mundo nuevo» y de la «revolución de Macron», sin importarles la contradicción, vuelven invariablemente a sus viejas categorías —las categorías del viejo mundo—, pues este es el mundo que les ha dado su situación, sus salarios y su dominio. Y aquí están vagando entre la extrema derecha y la extrema izquierda, o la extrema izquierda y la extrema derecha, buscando ansiosamente a los “representantes” o a los “portavoces” presentables, queriendo una lista detallada de “demandas” que puedan ser “negociadas”, sin poder encontrar ninguna, ni siquiera una “mesa” alrededor de la cual sentarse. Entonces, desesperados, se unen frenéticamente con el gobierno en asaltar la tienda de accesorios: consulta con los líderes del partido, debate en la Asamblea Nacional a través de una reunión con los sindicatos y su esperanza de poder «salir de la crisis» a través de una suspensión sobre el impuesto a los combustibles ¿Quizás a través de algún tipo de acuerdo como Grenelle?[2] En otras palabras, una pantomima frente a todo lo que se está desmoronando. Aquí es donde están las «élites»: incapaces de ver que no hay más tiempo; que todo un mundo, el suyo, se está desmoronando; que la ruptura no se detendrá al aplazar o reducir los impuestos; y que tendrán suerte si las propias instituciones políticas no terminan atrapadas en el colapso general. Puesto que no es un ‘movimiento social’, se trata de una sublevación.

Cuando una forma de dominación se acerca al borde de su derrocamiento, todas las instituciones del régimen, y en particular aquellas encargadas de la vigilancia simbólica, se vuelven rígidas ante una profunda incomprensión del acontecimiento —¿no fue este el mejor orden posible?— junto con un resurgimiento de la cólera, así como un brote de pánico cuando el odio contra ellos estalla y se revela repentinamente ante sus ojos. Más aún, ya que, como se ha señalado, la singularidad de este movimiento radica en el hecho de que lleva el fuego donde nunca antes había estado, y donde debería estar: junto a los ricos. Y pronto, probablemente, junto a sus colaboradores.

Pudimos leer que el director de BFM-TV se sorprendió al escuchar el canto “BFM hijos de puta” en los Campos Elíseos y que el presidente del sindicato de periodistas descubrió, con un impacto similar, que “no provino de militantes sino de la gente común”. Los poderes de este tipo, la tiranía de los ricos y sus lacayos, siempre terminan asombrados y aturdidos: «¿Nos odian tanto?» La respuesta es sí y por las mejores razones del mundo. Después de todas estas décadas, ha llegado el momento de saldar cuentas y, digámoslo ahora mismo, la cuenta será grande. Hay excesivos atrasos y por demasiado tiempo.

Desde las huelgas de 1995, ha habido una creciente conciencia de que los medios de comunicación, supuestamente un contrapoder, están del lado del Estado. Además, ellos mismos trabajaron, incansablemente, para dar más sustancia a esta acusación. A medida que el neoliberalismo se hacía cada vez más profundo, hundía a las personas en tensiones cada vez más insoportables que solo podían ser controladas por una intensiva coacción de las mentes antes que de alcanzar una coacción de sus cuerpos.

Ese fue el momento en que, al convertirse abiertamente en auxiliares del Ministerio del Interior y de quienes poseen la riqueza, empezaron a mostrar más manifestantes en comparación a los efectivos policiales y luego disolvieron todos los movimientos de protesta bajo el titular de «violencia». De esa forma, indicaron claramente a quién y a qué eran leales.

Es quizás aquí, la «violencia», que la ira de los lacayos se desborda, en proporción a cómo sienten que la situación se les está escapando. Además, como “condenar” siempre ha sido la mejor manera de no comprender, además de ser dirigidos por intereses tan poderosos de una ceguera voluntaria, “la violencia de los casseurs[3] se ha convertido en el último reducto del orden neoliberal; un antídoto definitivo ante cualquier posible objeción: sin ver ningún problema en celebrar el 14 de julio de 1789 o conmemorar el mayo del 68. La locura inconsecuente de la historia disecada, distanciada, desvitalizada y privada de cualquier lección concreta para el presente.

En cualquier caso, en el panorama general de la violencia, los medios de comunicación, y especialmente la televisión, siempre han seleccionado lo que les conviene, teniendo mucho cuidado de dejar el resto invisible, es decir, la violencia incomprensible y por consecuencia un estado de caos sin causa: el mal en estado puro. Sin embargo, ¿por qué —y sobre todo después de qué cadena de eventos— los trabajadores de  la empresa de neumáticos Continental invadieron la subprefectura de Compiègne, los trabajadores de Goodyear secuestraron a su administrador, o los trabajadores de Air France atacaron a su director de recursos humanos y le arrancaron la camisa? ¿Y por qué hay algunos gillets jaunes a punto de tomar las armas? ¿Qué es lo que hizo que la gente común, que tiene la misma preferencia por la tranquilidad que todos los demás, llegue a tales extremos? ¿Qué los empujo a esto?

La negación de la violencia social es la forma suprema de violencia que Bourdieu denominó como violencia simbólica, tan eficaz que sus víctimas se reducen a la pasividad: violentadas socialmente y negadas sistemáticamente de cualquier forma de resistencia legítima. Dado que todos los mediadores institucionales los han abandonado, su única alternativa a la sumisión completa es rebelarse físicamente y ser declarados inmediatamente detestables, ilegítimos y antidemocráticos, normalmente la trampa perfecta. Sin embargo, llega un momento en que el terror simbólico ya no se sostiene, cuando el consejo de administración va a emitir veredictos de legitimidad o ilegitimidad, y el sufrimiento se transforma químicamente en ira, en proporción a todo lo que ha sido negado. Entonces puede interesarse por diferentes objetivos, y no debería ser una sorpresa si estos son oficinas de diputados, bancos, mansiones privadas o prefecturas; es lógico que cuando todo falla, ya no se respeta nada.

Es cierto que para aquellos cuya posición y ventajas están ligadas al orden actual, y que han repetido constantemente que no es posible un mejor orden, ni siquiera otro orden, la aparición de este radical “marginal” solo puede interpretarse como “aberrante”, “monstruoso”, o mejor aún, cuando se “comprueba”, como “violencia”. Sin embargo, tiene que permanecer como marginal para mantenerse en su condición de monstruosidad y la responsabilidad de las fuerzas del orden debe ocultarse sistemáticamente. Y son estas dos condiciones las que ahora están siendo destruidas.

La primera, porque los gilets jaunes ofrecen profusamente la figura oximorónica, incomprensible para los poderes, de «personas buenas/enojadas». “Enojadas” normalmente significa “enragé”, es decir, una pequeña minoría ultraradical. No pueden ser “buenas personas”, lo que significaría una mayoría silenciosa, pues sería una contradicción en los términos. Pero lo son. Simplemente te pones furioso cuando te empujan al límite. El hecho es que después de treinta años de neoliberalismo, rematado por dieciocho meses de la violenta guerra social de Macron, grupos sociales enteros han sido empujados al límite. Entonces, están enfurecidos.

Al creer que no existe nada de lo que están hablando, los medios de comunicación no vieron venir a estas personas enfurecidas. Pero aquí están, el resultado de una larga y silenciosa acumulación de ira que acaba de romper su represa. No serán fácilmente devueltos a sus casas. Más aún, porque con la ingenuidad de las «buenas personas», experimentaron la violencia policial en lo que fue para muchos de ellos su primera manifestación. Al principio, se quedaron atónitos. Luego, habiéndose recuperado, inmunes para siempre. Y, entonces, hay innumerables personas que, originalmente certificadas como “buenas personas”, se están convirtiendo en lo que los medios llaman “casseurs” y, al igual que otros, apilando palos y maderas para construir una barricada, sin querer, se convirtieron en “zadistes”[4].

También podemos apostar a que grandes cambios deben estar ocurriendo en sus mentes. Debido a que todas estas personas que han sido alimentadas por BFM y France Info, desde 2016 y la ley de El Khomri hasta 2018 con Notre-Dame-des-Landes y las ordenanzas de la SNCF, invitadas para llorar por las ventanas del hospital Necker[5], están ahora en la posición estructural de los “casseurs”; experimentando la violencia de la policía y los medios de comunicación y sabrán, un poco mejor en el futuro, lo que significa cuando estas dos instituciones hablan de que las personas son «ultra violentas y radicalizadas». En cualquier caso, este asunto es muy molesto para los canales de noticias: si el significado de casseur se extiende de esta manera ¿qué significará en el futuro?

La otra condición es mantener las acciones reales de la policía fuera de la vista. En este frente, hay una lucha a muerte en los estudios de televisión. La mentira por omisión es general, implacable, espesa como propaganda de la dictadura. La población inmediatamente se indignaría si tuvieran la oportunidad de ver una décima parte de lo que los medios de comunicación tradicionales ocultan sistemáticamente, como el video de una anciana gaseada y sangrando[6] o la de un jubilado siendo golpeado por la policía[7]. Mientras que France Info nos había alimentado hasta las náuseas con imágenes de las ventanas del hospital Necker y un McDonalds en llamas, el último lunes [3 de diciembre] no había noticias de la muerte de una mujer a causa de la caída de una bomba lacrimógena. Los robots de BFM nunca enfrentan a los representantes de la policía que dicen que fueron «golpeados» (sic!) y «lesionados» con imágenes en conflicto. Pero, si las palabras aún tienen significado, ¿de qué lado del flashball o el lanzagranadas están los ciegos y mutilados? Nos preguntamos si presentadores de televisión como Nathalie Saint-Cricq o Jean-Michel Aphatie podrían seguir almorzando si se les muestran las fotos verdaderamente insoportables —heridas de guerra genuinas— de manifestantes mutilados, literalmente, por las armas de la policía. Seguimos buscando algún solo canal principal que haya mostrado a las «buenas personas» que aún no se han convertido en casseurs, el video de un joven golpeado por ocho policías —hay docenas, cientos de videos de ese tipo[8]— que completaría la información sobre el grado de confianza que deberían tener en la “policía republicana”.

No obstante, hay una economía general de violencia, y sabemos lo que implica una vez que esta se pone en marcha: es recíproca, divergente y puede llegar muy lejos. En la situación actual, nadie sabe hasta qué punto, tal vez hasta extremos dramáticos. Pero, ¿quién lo habría desencadenado sino Macron, quien, después de declarar la guerra social contra su pueblo, ha declarado la guerra policial y quizás pronto la guerra militar, en compañía de los medios de comunicación del gobierno que declaran una guerra simbólica hacia ellos? La responsabilidad compartida es mucho más clara, dado que quienes han sido sometidos a esta represión han soportado mucho tiempo sin decir una palabra sobre la agresión económica, el desprecio de la élite, las mentiras de los medios de comunicación y la brutalidad policial. Sin embargo, el genio malvado de la violencia recíproca es un recuerdo, y uno extenso. En una cadena de tweets[9], una escolar se asombra al descubrir el odio que hay hacia ella y sus compañeros, algo que también encontramos difícil de creer. Indudablemente, todas las instituciones de la violencia neoliberal están asombradas. Los escolares rodeados y rociados con gas pimienta[10] por policías acompañados de perros no olvidarán, pronto, ese momento de sus vidas en el cual su relación con la policía se formó de manera decisiva. Dentro de dos o cinco años, esta olvidadiza fuerza policial, con la cual ellos se cruzarán nuevamente, se alarmará ante el odio que observará en sus rostros, y no entenderá nada al respecto.

Y así el cuerpo de prefectos departamentales se encuentra sudando frío y sintiéndose un poco solos en sus grandes oficinas. Desde que la prefectura de Le Puy-en-Velay fue incendiada, sabemos de qué son capaces estos «otros»: sí, ahora, de cualquier cosa. Por lo tanto, es urgente negociar un giro sin demora, para dar a conocer mediante un «periódico referente” que Macron y su equipo se han ido, que ellos, los prefectos, son conscientes de las desgracias de la gente y que incluso podrían convertirse en denunciantes si fueran escuchados.[11] Sin embargo, debemos recordar que son estos mismos prefectos los que, desde el desalojo de Nuit, han cegado a las personas, les han lanzado gas lacrimógeno y les han disparado a corta distancia.

Pero, sobre todo, veremos el regreso de lo que podría llamarse la “situación de La Boétie”, la que el gobierno intenta constantemente hacer que olvidemos y que, de hecho, olvidamos constantemente, pues parece un misterio incomprensible: quienes nos gobiernan son pocos y nosotros somos muchos. Sin embargo, el velo se rompe y expone esta cruda realidad aritmética del poder. Fue conmovedoramente sincero escuchar al viceministro del Interior el sábado pasado reconocer que apenas podía incorporar más tropas en París cuando todo el mapa de Francia titilaba y pedía refuerzos. Un “start-up manager” probablemente diría que el sistema se encuentra «estresado». El “stress de la máquina” es el regreso de La Boétie. Somos muchos. Somos muchos más que ellos. Esto es incluso más cierto, pues el movimiento todavía tiene mucho más espacio para desarrollarse. Todo esto se confirmará pronto: los estudiantes de secundaria, los estudiantes universitarios, los conductores de ambulancias, los agricultores y muchos otros.

Entonces ¿qué? ¿el ejército? El adolescente confundido del liceo está bastante preparado. Ya se están utilizando contra él y la población, granadas que son armas de guerra. Hay francotiradores con rifles colocados en la parte superior de algunos edificios parisinos como se pudo observar en una de las imágenes más impresionantes. Sorprendentemente, esta fue ofrecida por Le Monde que quizás también se esté preguntando si no es el momento de soltar a su embarazoso protegido.

En cualquier caso, es un terrible momento de verdad para los columnistas liberales defensores del “hagan lo que ustedes quieran”. Les encantó el espectáculo de la liberación en Túnez o la Plaza Tahrir. Pero, según ellos, lo que fue un maravilloso comienzo para la libertad, aquí es un populismo inmundo que recuerda a los días más oscuros. Hasta ahora es la línea que han mantenido. Pero, de repente, Macron, por quien todos “tenían que votar”, podría convertirse en Mubarak ¡Dios, en qué lío nos hemos metido! Y, por supuesto, mientras más luches por salir de esta situación, mayores serán los estragos. Todo regresa, todo es salpicado. Pero aquí estamos: cuando el gobierno paga una bonificación excepcional a las fuerzas policiales que cada vez son más odiadas es porque teme que ser eliminado por estas. Ante la falta de legitimidad, el gobierno no tiene más que su aparato coercitivo y termina poniéndose completamente en sus manos. Hagan lo que quieran, pero voten a Mubarak.

Este gobierno es despreciado porque se ha hecho odiar sistemáticamente. Está pagando una factura que sin duda viene desde mucho antes, pero que ha sido el más interesado en cancelar y, en consecuencia, es el aval más lógico. La única opción que le queda es la represión sangrienta. Incluso, tal vez, una solución militar. Todo lo que merece ahora es caer.

[1] Traducción de la versión en inglés del artículo publicado en la página de la editorial Verso: https://www.versobooks.com/blogs/4153-end-of-the-world#_ftn3. La versión original publicada en Le Monde Diplomatique también fue consultada para la traducción al español: https://blog.mondediplo.net/fin-de-monde

[2] El acuerdo de Grenelle de junio de 1968, con importantes concesiones en términos de las condiciones de trabajo, termino con las manifestaciones y huelgas de las semanas previas conocidas como el mayo del 1968 en Francia.

[3] Casseur, significa “vandalo” y se ha convertido en el término que los medios de comunicación utilizan para los manifestantes violentos y que son descritos como personas que solo vienen a destruirlo todo y generar caos.

[4] El acrónimo ZAD se refiere a “zone d’aménagemente differé”, es decir, área de planificación diferenciada. Zadistes fue el nombre dado por los medios de comunicación a los manifestantes que ocuparon el sitio un proyecto de aeropuerto en Notre-Dame-des-Landes.

[5] En junio del 2016, mientras la CRS reprimía una protesta, las ventanas del hospital Necker fueron rotas aparentemente por una persona. Los medios de comunicación reportaron este hecho como si el hospital hubiera sido “destruido” por los “casseurs”.

[6] https://twitter.com/albeauvaischiva/status/1066810970532716552

[7] https://twitter.com/jeanhugon3/status/1066357250707648512

[8] https://lundi.am/Violences-policieres

[9] https://threadreaderapp.com/thread/1069694887317172224.html

[10] https://twitter.com/BSolist/status/1069953039086379008

[11] https://www.lemonde.fr/politique/article/2018/12/03/face-a-la-crise-du-mouvement-des-gilets-jaunes-les-prefets-sonnentl-alerte-politique_5391904_823448.html

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