¿Qué es el poder capitalista? Reflexiones sobre «La Verdad y las Formas Jurídicas»

Por Alberto Toscano

Determinar la relación de Foucault con Marx y el marxismo es una tarea manifiestamente enloquecedora. La abierta hostilidad del filósofo francés hacia toda clase de ‘afiliación’ (Foucault, 2012: 101) era particularmente intensa cuando se trataba de lo que Sartre – un némesis filosófico convertido en aliado en el activismo – consideraba el horizonte intrascendible de nuestros tiempos. Las muchas entrevistas en las que se trató de que Foucault confrontara abiertamente esta cuestión están repletas de fintas, ironías y provocaciones, marcadas por una profunda hostilidad hacia la exigencia de que tome una posición, práctica y teóricamente, de cara a la forma dominante de pensamiento social oposicional (Foucault, 1991a, 1996, 2000a, 2000b, 2012a). Como los intelectuales de posguerra en general, pero quizá más intensamente, esta relación estaba particularmente sobredeterminada: por la fuerte presencia del Partido Comunista Francés (del que Foucault había sido miembro entre 1950 y 1953); por las posiciones de Foucault sobre las políticas del Bloque Oriental; por rivalidades y alianzas intelectuales (con Althusser, Sartre y Deleuze, los nouveaux philosophes); y por las cambiantes articulaciones entre la filosofía y la intervención política, con Foucault, por ejemplo, presionando para radicalizar las concepciones maoístas de justicia popular en la primera mitad de los 70’s (Foucault, 1980), y luego resonando con el creciente consenso anticomunista de la segunda mitad de la década (Christofferson, 2004; Dews, 1979).

La imagen se hace incluso más compleja si tenemos en cuenta no solo las determinaciones temporales de coyuntura sino también las espaciales de alocución: ‘marxismo’ significaba cosas marcadamente diferentes para Foucault si estaba hablando con estudiantes trotskistas tunesinos (Chitty, 2012) o informando sobre la revolución iraní, manifestando su solidaridad con disidentes del Pacto de Varsovia o respondiendo a las luchas de los Panteras Negras contra el orden carcelario del imperialismo racial de los Estados Unidos (Toscano, 2013). Y la recepción de Foucault también ha tenido profundas inflexiones según las cambiantes significaciones de ‘marxismo’ en diferentes situaciones: contrástese, por ejemplo, la manera en que su ‘microfísica del poder’ fue celebrada por los partisanos de la autonomia en Italia y fuertemente atacada por los teóricos cercanos al Partido Comunista Italiano (Rella, 1977), con la curiosa manera en que sus conceptos llegaron a relevar los de un althusserianismo británico sui generis en los 80’s y 90’s. Reflexionar sobre el legado de Foucault – por emplear un término muy poco foucaultiano – para elaborar una teoría crítica de nuestro presente también requeriría un ajuste de cuentas con lo que significa revisitar hoy por hoy esta esquiva relación (una que a menudo parece una no-relación).

Limitándonos únicamente a la vida de la mente, indiscutiblemente el nuestro es un predicamento en el que la cuestión política del marxismo está infra- antes que sobre-determinada; hoy, por provechosas que sean sus reconstrucciones históricas, las provocaciones y evasivas de Foucault son de menor relevancia. Una encuesta superficial, o incluso cuantitativa, de la producción en las humanidades y las ciencias sociales podría sugerir que Foucault ha ‘ganado’. O, más bien, una especie de foucaultianismo de ambiente parece haberse vuelto el horizonte intrascendible de nuestro presente académico – contémplese la excesiva fortuna de la ‘biopolítica’; el ascenso de la gubernamentalidad al estatus de paradigma en esos contextos (post-)coloniales que Foucault ignoró ampliamente; la preferencia por la resistencia sobre la revolución; el ‘nominalismo histórico’ que se planta ante cualquier pensamiento de la totalidad y lo troca por discontinuidad, archivos y eventos.

Hoy parece evidente que, con muy pocas excepciones, la ‘aplicación’ de Foucault, o incluso peor, la ‘afiliación’ a Foucault, ha producido muy pocos trabajos o programas de investigación que puedan afirmar genuinamente haber ‘repetido’ los logros de sus obras maestras. Ahora que tantos conceptos de Foucault se han convertido en lengua franca de tantos programas universitarios, quizá es tiempo de considerar de qué manera él también, parafraseando a Adorno, debería ser defendido de sus discípulos; de qué manera debería impedirse que sus herramientas intelectuales precariamente forjadas (y a menudo alegremente abandonadas) se coagulen en una doxa embrutecedora, a través de un proceso de ‘ideologización’ que – no tan accidentalmente – muy a menudo se apoya en la supresión de todo rastro marxiano de su obra (Legrand, 2004: 28).

En tanto que la teoría crítica marxista contemporánea se ha liberado de gran parte del halo político que provocaba la hostilidad de Foucault y el antimarxismo teórico de los 80’s y 90’s – mucho del cual derivaba una peculiar autoridad de Foucault – continúa perdiendo su brillo, al tiempo que la persistencia del capitalismo desafía su negacionismo nominalista, un renovado encuentro entre Foucault y (el) Marx(ismo) tiene mucho que ofrecer. Y, ciertamente, algunas de las más interesantes recepciones del trabajo de Foucault, especialmente en lo que concierne a la biopolítica, han abandonado con justicia el rechazo a una teoría del capital proveniente de un foucaultianismo superficial (Thacker, 2005; Rajan, 2006).

En este capítulo no deseo rastrear el lugar de Marx y el marxismo en la trayectoria intelectual de Foucault ni comprometerme con un matrimonio metateórico, a todas luces forzado, entre el marxismo y el foucaultianismo como programas de investigación estáticos. Más bien, quiero aproximarme al momento en que Foucault parece ‘más cercano’ a Marx – el período de la gestación intelectual de Vigilar y Castigar – para desentrañar de qué manera sus reflexiones sobre la relación entre poder y capitalismo podrían dirigirse a nuestro presente. Este es un presente entendido como uno en el que el problema político de las ‘poblaciones superfluas’ (o más crudamente, el ‘excedente humano’) – indudablemente el punto de contacto entre Marx y Foucault – está al centro de cualquier agenda oposicional. Dirigiéndose a los estudiantes brasileños izquierdistas en 1973 – sin duda la audiencia y el momento también fueron determinantes entonces – Foucault propuso una especie de complementariedad entre su analítica del saber/poder y una teoría marxiana del capitalismo. Quiero profundizar sobre la fecundidad de la formulación de Foucault en estas lecturas – más adelante publicadas como ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’ – pero también reflexionar sobre la curiosa omisión de Foucault sobre la contribución de Marx a la invención de esa categoría biopolítica crucial que es la de población.

Debe hacerse notar que si Foucault hubiera profundizado en el trabajo de Marx sobre las ‘poblaciones superfluas’ en el primer volumen de El Capital, podría haberse visto forzado a revisar su dramática afirmación en Las Palabras y las Cosas, según la cual la crítica de Marx a la economía política estaba circunscrita – junto con su objeto y rival – a una episteme del siglo diecinueve, sus controversias poco más que ‘las tormentas en una piscina para niños’ (2002b: 285). La tesis de que las poblaciones no eran una variable o límite externo naturalizable en la acumulación de capital sino uno inmanente – crítico para la dinámica contradictoria del capital pero también para su exigencia perenne de intervenciones políticas – no se hallaba en una continuidad paradigmática con Malthus ni Ricardo y, ciertamente, evidenció un panorama radicalmente diferente entre la vida, el trabajo y la historia. Ahora, Foucault, quien ya había insistido en que en el dominio de la política Marx sí representaba una ruptura (1996: 21), aparentemente ya había dejado atrás tales afirmaciones sobre la ‘clausura’ del marxismo para cuando comenzó a explorar el surgimiento de la sociedad punitiva. En todo caso, su investigación ahí – tal vez debido a una simplificación pedagógica – se vuelve casi vulgarmente histórico-materialista al delinear la función del poder sobre los cuerpos para el capitalismo (y los capitalistas). En lo que sigue, quiero considerar cómo postular la centralidad del modo de producción capitalista para las estrategias y dispositivos de poder nos permite replantear la contribución de Foucault y reflexionar sobre su relevancia para nuestro presente.

Las declaraciones en Vigilar y Castigar sobre la interrelación entre la acumulación de hombres y la acumulación de capital son bien conocidas (1991b: 221). Igualmente lo es la distinción de Foucault, en el dominio del biopoder, entre una biopolítica de las poblaciones y una anatomopolítica de los cuerpos (Foucault, 1978: 139-41). Esta última, aproximada desde el punto de vista de la formación y ligazón del cuerpo del trabajador al aparato productivo, es evidentemente la contribución más potente de Vigilar y Castigar al actual intento de pensar las diferentes maneras en que el capital, más allá de qué tanto ‘subsuma realmente’ al trabajo, no tiene a su disposición una fuerza de trabajo viviente en forma corpórea ya preparada, sino que exige la producción social y política del trabajo – a menudo por instancias políticas que capturan e internalizan esta indispensable ‘externalidad’, esta vida que no siempre está ya trabajando para el capital (Kawashima, 2009). Pero, como Stéphane Legrand ha argumentado convincentemente, en Vigilar y Castigar el método de abstracción de Foucault – tal vez combinado con una alergia a las ‘afiliaciones’ marxianas – parece dejar indeterminada la articulación y compatibilidad entre la economía y lo disciplinario, y no parece presentar una síntesis entre las racionalidades de diferentes formas de poder. De este método surgen un número de problemas, entre ellos la tendencia a dar una significación general a formas de poder que resultan inteligibles solo en coyunturas económicas particulares, pero también, y quizá más problemáticamente, el problema de tratar las relaciones entre las prácticas y racionalidades de las disciplinas carcelarias, educacionales e industriales en los registros de la isomorfia y la analogía.

En Vigilar y Castigar Foucault escribe acerca de la vigilancia que es un ‘operador económico decisivo’ (1991b: 175) interno al aparato de la producción y parte del poder disciplinario – esta es después de todo la lección de los capítulos sobre la fábrica y la jornada de trabajo en el primer volumen de El Capital. Pero, para Legrand, esta lección no llega a plantear una determinación en última instancia en una situación sobredeterminada. El problema surge de nuevo en términos de la ‘utilidad’ de la disciplina, que difiere radicalmente entre diferentes instituciones (los ‘usos’ de un cuerpo dócil en una escuela y en una fábrica no son los mismos) y sus respectivas racionalidades, lo que quiere decir que para que estas puedan acoplarse es necesario recurrir a una utilidad superior – que es, subrepticiamente, la utilidad para el capital. De otro modo la ‘disciplina’ corre el riesgo de ofrecer una síntesis ficticia, una generalidad (como la ‘población’ en la introducción de 1857 de Marx a los Grundrisse) sin poder explicativo.

Hay que señalar que estas críticas de la ‘anfibiología’ en Vigilar y Castigar son menos pertinentes respecto a ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’, que pone la cuestión del capitalismo al centro. Para Legrand, una estimación adecuada del marxismo ‘olvidado’ de Foucault exigiría retroceder al curso del Collège de France sobre La Sociedad Punitiva (1972-3). Para Legrand, en lugar de la ‘falsa síntesis’ de la disciplina, el curso de Foucault provee una exposición sobre el enlace genético entre la prisión y la forma salarial, en el que la formación del cuerpo y la captura del tiempo de trabajo son cruciales. El programa de investigación que Foucault traza y en gran medida abandona en este curso concierne a las condiciones físicas, materiales y políticas de la existencia del tiempo abstracto. Una función de la disciplina carcelaria es la ‘introducción del tiempo en el sistema del poder capitalista y el sistema de la penalidad’ (Foucault, en Legrand 2004: 34) – un tema que pone a Foucault en contacto con el trabajo seminal de E.P. Thompson (Thompson, 1991). Lo que está en juego es ‘la relación del tiempo vital con el poder político’ (Foucault, en Legrand 2004: 35) – un poder sobre y por el tiempo (que también podríamos vincular a la centralidad del control de la circulación capitalista con el surgimiento de estas prácticas disciplinarias, sobre lo cual me referiré más adelante). El objetivo es ‘subjetivar [assujetir] el tiempo de la existencia humana al sistema temporal de la producción de capital’ (Foucault, en Legrand 2004: 40).

En ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’, cuyas cuarta y quinta lecturas (que son las que aquí me conciernen) se traslapan con el curso simultáneo sobre La Sociedad Punitiva (Elden, 2013; Rodrigues, 2011), lo que quizá es más evidente es la centralidad de la política, en sentido amplio, para la reproducción del capital. Las formulaciones de Foucault aquí son densas y sugerentes, y van más allá de la recíproca implicación de lo económico-capitalista con lo disciplinario-político articulada más adelante en Vigilar y Castigar, donde escribe: ‘no habría sido posible resolver el problema de la acumulación de hombres sin el crecimiento de un aparato de producción capaz a la vez de mantenerlos y utilizarlos; inversamente, las técnicas que hacen útil la multiplicidad acumulativa de los hombres aceleran el movimiento de acumulación de capital’ (1991b: 221). En las lecturas de Brasil, Foucault no se contenta con la potencialmente engañosa homonimia de ‘acumulación’ (una breve reflexión nos sugerirá que el capital y los ‘hombres’ no se acumulan de maneras análogas), sino que escribe sobre la imbricación entre la microfísica del poder y la extracción de plusvalor:

creo que no puede admitirse pura y simplemente el análisis tradicional del marxismo que supone que, siendo el trabajo la esencia concreta del hombre, el sistema capitalista es el que transforma este trabajo en ganancia, ganancia añadida o plusvalía. En efecto, el sistema capitalista penetra mucho más profundamente en nuestra existencia. Tal como se instauró en el siglo XIX, este régimen se vio obligado a elaborar un conjunto de técnicas políticas, técnicas de poder, por las que el hombre se encuentra ligado al trabajo, por las que el cuerpo y el tiempo de los hombres se convierten en tiempo de trabajo y fuerza de trabajo que pueden ser efectivamente utilizados para transformarse en plusganancia. Pero para que haya plusganancia es preciso que haya subpoder [sous-pouvoir] (2002a: 86).

Este es un pasaje notable por muchas razones. Pone en cuestión una antropología marxista-humanista del trabajo, no sobre una base especulativa o epistémica sino a través de una crítica marxiana inmanente. El arrancar a los cuerpos y las poblaciones de la subsistencia y la tradición – una temática, la de la llamada acumulación originaria, que podría ser explorada un poco más a través de La Historia de la Locura – y su ligazón al aparato productivo representa un fenómeno profundamente violento y novedoso, cuya seriedad es disimulada al proyectar el cuerpo productivo sobre el cuerpo en general y el proletariado sobre la naturaleza humana.

El desafío de Foucault a sus contemporáneos marxistas en este punto es mucho más serio y duradero que la polémica política: no se toman al capitalismo lo suficientemente en serio, ni leen a Marx con suficiente cuidado. Y sin embargo, contra una genealogía de la contingencia puramente política en un espacio social irreparablemente múltiple, lo que tenemos aquí son los requerimientos internos del capitalismo como un sistema – o incluso como una totalidad. Tal totalidad solo puede integrarse a través de una multiplicidad de operaciones moleculares y a través de la internalización de poderes y estrategias producidas en otra parte (por ejemplo, entre grupos religiosos autogobernados). Estas prácticas no pueden simplemente separarse en una bien delimitada esfera del poder estatal o político, en oposición al poder económico. Pero, y esto es especialmente crucial para la reflexión teórica de hoy, el capitalismo no es aquí meramente un nombre, ensamblando varias prácticas heterónomas. Es un sistema históricamente determinado, con una lógica, imperativos y contradicciones (o, en un léxico más foucaultiano, problemas).

A medida que observamos la política interna al funcionamiento de la fábrica, a la formación de los mismos cuerpos trabajantes y a la penetración de los imperativos capitalistas a través de múltiples instituciones, las distinciones tradicionales entre política y economía, incluyendo aquellas mantenidas con pedantería por algunos marxistas, vuelven a dibujarse. Foucault explica:

es preciso que en la existencia humana se haya establecido una trama de poder político microscópico, capilar, capaz de fijar a los hombres al aparato de producción, haciendo de ellos agentes productivos, trabajadores. La ligazón del hombre con el trabajo es sintética, política; es una ligazón operada por el poder. No hay plusganancia sin subpoder. Cuando hablo de subpoder, me refiero a ese poder que se ha descrito y no al que tradicionalmente se conoce como poder político: no se trata de un aparato de Estado ni de la clase en el poder, sino del conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en niveles más bajos. Hasta ahora he intentado hacer el análisis del subpoder como condición de posibilidad de la plusganancia (2002a: 86-7).

Queda claro que en ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’, como en las lecturas La Societé Punitive, la ligazón del cuerpo a las máquinas y al capital – la síntesis política de la fuerza de trabajo viviente – no es solo una forma general común a diferentes instituciones: como lo hace notar Legrand, se ancla en los requerimientos del modo capitalista de producción (2004). Quizá sea inevitable que al dirigirse a la producción y la reproducción de los cuerpos y poblaciones trabajantes, Foucault, pese a destacar justificadamente el carácter ‘antinatural’ e históricamente sin precedentes del surgimiento del capitalismo industrial, también está obligado a adoptar una perspectiva sistémica, e incluso funcionalista, en la que lo que determina la persistencia de técnicas particulares y modalidades de saber es su utilidad para el capital o directamente para los capitalistas. Tan tardíamente como 1978, en una entrevista con un marxista japonés, Foucault hizo la siguiente afirmación, que captura muy bien el tenor de ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’: ‘reconfirmar la unidad funcional de las formas de aparición del poder, que están conectadas con la palabra del propio Marx [la parole de Marx lui-même], me parece un esfuerzo digno’ (citado en Chitty, 2012). En oposición al ‘nominalismo histórico’ que impregna buena parte de la obra de Foucault (Balibar, 1992; Flynn, 2005), aquí el capitalismo es una presencia indiscutible. Si Foucault cuestiona su carácter como totalidad social, lo hace solamente para argumentar que llega mucho más profundamente, a través de los garfios y zarcillos de la disciplina, de lo que un materialismo histórico dogmático podía haber sospechado.

No es la ubicuidad del capital ni su rol determinante en dar forma al poder social lo que aquí cuestiona Foucault; más bien, es una presuposición común a muchos marxistas de que los mecanismos a través de los que se ejerce este poder son secundarios – cuestiones de legitimación ideológica o fuerza física bruta que pueden ‘leerse’ en los requerimientos de la acumulación capitalista y que no son dimensiones indispensables ni constitutivas de lo que el capitalismo es. Esta preocupación se codifica aquí en términos de un énfasis en la indispensabilidad de la política. No solo tenemos una ‘síntesis social’ (Sohn-Rethel, 1978), como la que se incorpora en la forma del intercambio de mercancías y su dependencia de la extracción de plusvalía a partir del trabajo abstracto; tenemos una síntesis política, una ligazón de los cuerpos a las máquinas, sin la cual la relación capital-trabajo es un esquema vacío. En otras palabras, como lo han destacado los teóricos centrados en la violencia de la llamada acumulación primitiva, el capital no es su propia condición; no es el sujeto de una especie de autopoiesis automática. Correlativamente, en la medida en la que la ‘sintetización’ de la fuerza de trabajo viviente exige configuraciones particulares de poder/saber, estas no son meramente suplementarias a las relaciones capitalistas de producción; son constitutivas de ellas – requiriendo como consecuencia una revisión de la propia noción de ‘ideología’. Es en este sentido que Foucault ve la forma jurídica del ‘examen’, que sigue a la ‘indagación’ feudal como una forma de poder/saber que funciona ‘al nivel de la producción y la constitución de la plusganancia capitalista’ (2002a: 87).

Pero, ¿puede detenerse aquí la historia de la síntesis política del capitalismo, en la investigación justamente celebrada sobre la creación destructiva del cuerpo que trabaja? Hay por lo menos otras dos dimensiones de la investigación de Foucault que tocan directamente problemáticas marxianas y deben ser consideradas para que esta síntesis sea verdaderamente multidimensional: la circulación y las poblaciones.  En ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’ la ligazón del cuerpo que trabaja a la máquina – la función capitalista primaria del poder disciplinario – es acompañada por un problema diferente, al que el exceso del poder penal sobre la razón jurídica también responde: la necesidad de asegurar ‘stocks’ y bienes de capital en una economía en la que la circulación de formas materiales de capital tiene cada vez mayor peso. Por cierto, podemos notar aquí que el error que atribuye a Foucault un interés en el volumen 2 de El Capital, sobre la base de los comentarios en ‘Las Redes del Poder’, donde de hecho se está refiriendo al segundo libro de la edición francesa del volumen 1 (Foucault, 2012b; Chitty, 2012; Read, 2012), podría ser rectificado creativamente: de hecho, es en la insistencia en El Capital, volumen 2 sobre la importancia de la circulación donde tal vez se podrían establecer vínculos inesperados con una economía política de la seguridad esbozada por Foucault en sus lecturas del Collège de France de finales de los 70’s, así como en las investigaciones más tempranas sobre la sociedad punitiva, donde se ve que la policía emerge precisamente para responder al problema de los stocks de capital y la ilegalidad proletaria – ejemplarmente en el texto seminal de Patrick Colquhoun de 1795 sobre la policía en Londres: Tratado sobre la Policía de la Metrópolis.

Cuando, en ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’, Foucault reflexiona sobre la razón del surgimiento de sociedades voluntarias preocupadas por la regulación moral (de la Sociedad para la Reforma de las Costumbres hasta la Sociedad para la Supresión del Vicio), así como de milicias de autodefensa y fuerzas policiales privadas, las percibe, en parte, como una respuesta a una transformación económica que puso en un primer plano la acumulación de stocks, especialmente en puertos y almacenes, y el aumento del capital fijo (máquinas). Con el surgimiento de un ‘nuevo modo de invertir materialmente las fortunas’ en el que existe ‘capital que no es ya pura y simplemente monetario’, el gran problema, tanto para el estado como para los capitalistas, es como ‘instaurar mecanismos de control que permitan la protección de esta nueva forma material de la fortuna’ (Foucault 2002a: 68-9). Este es el momento del surgimiento del poder capitalista sobre un ‘campo de circulación’, que significa ‘no solamente [la] red material que permite la circulación de bienes y posiblemente de hombres, sino también la circulación misma, es decir, el conjunto de regulaciones que permitirá la circulación de hombres y cosas en el reino y posiblemente más allá de sus fronteras’ (Foucault, 2009: 325-6).

Que Foucault también señale la importancia de la creciente resistencia urbana y proletaria, así como de las ‘potencialidades’ peligrosas de los individuos en la obtención de estas agencias de poder y saber morales, junto con su eventual integración dentro del aparato penal, sugiere que debemos aceptar la crítica de Vigilar y Castigar que cuestiona dicho trabajo por aceptar ‘la aparente separación entre el aumento de la riqueza asociado a una mayor inversión de capital y el ataque armado a las ilegalidades de los estratos inferiores de la sociedad’ (Linebaugh, 2006: 417). Es más, en ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’ las coordenadas de clase son mucho más definidas: el cambio en la última parte del siglo dieciocho de unos mecanismos disciplinarios y de control difusos (voluntarios) a otros concentrados (estatales o cuasi-estatales) también es entendido como un momento en el que ‘el control moral pasará a ser ejercido por las clases más altas, por los detentadores del poder, sobre las capas más bajas y pobres, los sectores populares. Se convierte así en un instrumento de poder de las clases ricas sobre las clases pobres, de quienes explotan sobre quienes son explotados, lo que confiere una nueva polaridad política y social a estas instancias de control’ (2002a: 63). El poder coercitivo es en muchos respectos concentrado y centralizado en el estado, desde sus orígenes más difusos. El sistema de coerción es el ‘instrumento político de control y continuación de las relaciones de producción’ (Foucault en Legrand 2004: 37), y está enconado por una obsesión con la ilegalidad de la disipación de la fuerza de trabajo viviente.

Aquí, ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’ resuena con la fuerte afirmación de la lucha de clases como un elemento crítico para la política en una de las entrevistas de Foucault, tan disonante con la visión consuetudinaria de que su pensamiento sobre el poder provincializó la lucha de clases y volatilizó el capitalismo: ‘Denomino político a todo lo que tiene que ver con la lucha de clases, y social a todo lo que deriva de y es una consecuencia de la lucha de clases expresada en las relaciones e instituciones humanas. […] También quiero dar a la política el significado de una lucha por el poder; pero no es el poder entendido solo como gobierno o estado, sino también el poder económico’ (1996: 104). Aunque Vigilar y Castigar ciertamente no provee una síntesis adecuada de cómo diversas estrategias y dispositivos de control se componen en una naciente forma de poder capitalista – combinando la ligazón de los cuerpos, el aseguramiento de stocks y la administración de las poblaciones, en este horizonte de la lucha de clases – pienso que es posible reconstruir esta problematización del poder capitalista en los escritos, lecturas y entrevistas de Foucault de los 70’s.

Central para tal reconstrucción del surgimiento y cristalización del poder capitalista es una investigación del punto ciego en la concepción de biopolítica de Foucault, esto es, cómo escatima frente a la conceptualización marxiana de las poblaciones superfluas – un punto central de debate entre los pensadores sociales que intentan desentrañar la manera en que la historia de nuestro presente está profundamente ligada con el disciplinamiento, el control y la exclusión de un excedente social clasificado, racializado y generado, a la administración de la ‘vida sin salario’ (Denning, 2010; Endnotes and Benavav, 2010; Gillmore, 2006; Toscano, 2014). Tal trabajo ha sido enrumbado muy prometedoramente por Guillaume Sibertin-Blanc (2010 y 2009), que ha argumentado convincentemente que la racionalidad biopolítica está bajo condición – en el sentido de que su periodización y modalidades no pueden explicarse internamente; requieren que la biopolítica sea pensada en términos de la ley de la población superflua relativa de Marx, tal como aparece formulada en El Capital, volumen 1:

Las mismas causas que desarrollaron el poder expansivo del capital también desarrollan la fuerza de trabajo a su disposición. Así, la masa relativa del ejército industrial de reserva incrementa con la energía potencial de la riqueza. Pero mayor es la masa de la población superflua consolidada, cuya miseria está en razón inversa a la cantidad de tortura que debe sufrir bajo la forma del trabajo. Finalmente, cuanto mayor es la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, mayor es el pauperismo oficial. Esta la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista (Marx, 2011: 707).

Los problemas de ligar el cuerpo a la máquina, de asegurar los stocks contra el robo, de reducir la amenaza de insurrección y hacer posible la circulación y acumulación (pero también la devaluación) de los humanos y las cosas – ninguna de estas cosas son pensables sin el motor profundamente contradictorio de cambio social que Marx encapsula en esta ley, ley que requiere tanto el crecimiento absoluto de la población trabajadora y el aumento de su porción excedente, ella misma ‘excluida inclusivamente’ en diferentes modalidades y a diferentes velocidades.

En contraste con la imagen conciliatoria, ‘progresiva’ de la dialéctica que Foucault siempre repudió, esta concepción de la población superflua es intrínsecamente contradictoria y refractaria frente al cierre – el tipo de contradicción que exige recurrentemente la ya mencionada síntesis política, que provee un suelo inestable y móvil para las estrategias mutables y siempre incompletas del poder capitalista. La dependencia del capital de una fuerza de trabajo viviente siempre involucra dos contradicciones cruciales (Sibertin-Blanc, 2010: 2-3) que hacen inteligibles muchas de las ‘soluciones’ de las sociedades disciplinarias y, más adelante, de control. Primero, la contradicción entre movilidad (los stocks, los flujos de dinero y de trabajo viviente) y fijeza (de trabajadores y capital fijo), que define gran parte de la dinámica espacial del capital. De las fábricas a los puertos, es a la luz de esta contradicción que la mutación de ‘la policía’ puede ser rastreada y comprendida. Podríamos ir incluso más lejos y ver en esta contradicción un razonamiento descuidado para la partición del biopoder en una biopolítica de las poblaciones (preocupada con asegurar el movimiento y los flujos) y una anatomopolítica de los cuerpos (impulsada por la necesidad de atar al trabajador al aparato productivo). La segunda contradicción, señalada por Foucault repetidas veces, involucra el imperativo estratégico del poder capitalista: maximizar las fuerzas del cuerpo en su utilidad económica y minimizar su capacidad para la posible resistencia, sea individual o colectiva. Podemos inferir de este punto una contradicción más profunda, o más bien un antagonismo: las insurgencias, actos de sabotaje, resistencias y luchas de clase que acechan al poder capitalista y provocan sus respuestas.

Pero también podemos pasar de aquí a las contradicciones internas a un proletariado dividido. El énfasis en la síntesis política requerida por la ligazón de los cuerpos al capital también sugiere que Foucault puede ser usado, junto con la teorización de Marx sobre las poblaciones, para contrarrestar la idea del proletariado como una especie de sujeto vaciado homogéneamente. La estratificación opresiva de las poblaciones superfluas, el horizonte negativo de una población excedente absoluta y el arduo trabajo legal y físico dedicado a separar a los proletarios unos de otros (solo para volver a ligarlos en ensamblajes de impotencia productiva) hablan en contra de la presuposición de una subjetividad proletaria unívoca. Una de las dimensiones de esta des-homogeneidad es resaltada por Sibertin-Blanc e involucra la interiorización del poder estatal por parte de la clase trabajadora, en tanto que percibe y reproduce su propia diferencia frente a su parte maldita: lo superfluo, lo lumpen (Sibertin-Blanc, 2009: 94-100; Kawashima, 2009). De ese modo los antagonismos estructurales pueden ser ‘incorporados afuera’ de la relación directa entre capital y trabajo; este no es un rasgo secundario de la relación entre capitalistas y proletarios sino una condición constitutiva. Como lo remarcara Foucault en una mesa redonda en 1972, ‘la división entre la clase trabajadora y el mundo no-trabajador es continuamente reproducida y remodelada, puesto que se pensaba que su contacto podía ser un potencial catalizador de disturbios’ (Foucault, 1999: 95). Hay una heteronomía interna en la lucha de clases, una frontera interna de la clase trabajadora, que podemos ver operando en las investigaciones que toman en cuenta la cuestión de las poblaciones superfluas como centrales para las mediaciones entre ‘raza’, género y clase (Toscano, 2014).

La población de lo que Marx llamaba ‘mendigos (paupers) virtuales’ es un problema a un tiempo económico y político (que también es decir legal y punitivo), uno que condiciona ampliamente el desarrollo del complejo, y en algunos respectos contradictorio, aparato del biopoder. En consecuencia, si tomamos la producción y la reproducción de la disposición a producir como crucial para el surgimiento de una sociedad punitiva intrínsecamente capitalista, entonces también debemos vincular este surgimiento con la cuestión de las poblaciones superfluas o excedentes como el macro-problema de un capitalismo emergente. La reproducción de las relaciones capital-trabajo presuponen y al mismo tiempo repiten la separación forzosa de las personas de sus medios de subsistencia (una acumulación primitiva de cuerpos trabajantes cuya errancia y trayectoria deben restringirse y canalizarse hacia las fábricas y las correspondientes instituciones de no-trabajo). Así pues, la acumulación de hombres sobre la que escribe Foucault en Vigilar y Castigar debe ser ligada a la ‘acumulación primitiva de poblaciones superfluas’ (Sibertin-Blanc, 2009: 87).

Esto de alguna manera explica por qué, de acuerdo con Sibertin-Blanc, el desarrollo de la relación capital-trabajo tiene una fuerte dinámica contra-biopolítica (2010: 4), constantemente acosada por dificultades en su reproducción. Estas dificultades son al mismo tiempo inmanentes a la lógica del capital – como lo evidencia la ‘ley general de la acumulación capitalista’ – e impredeciblemente coyunturales y subjetivas – como en las revueltas y resistencias de los trabajadores. Pero el punto se mantiene: sin pensar a través de la cuestión marxiana de las poblaciones superfluas, la cristalización del biopoder en el siglo diecinueve permanece como un misterio histórico o un efecto del voluntarismo político: ‘la racionalidad biopolítica solo pudo condicionar, como lo explica Foucault, el desarrollo del capitalismo, bajo el constreñimiento de la ley de la sobre-población relativa, o bajo su condición’ (2010: 7). La biopolítica, como concluye Sibertin-Blanc, está bajo la condición del capital. Es solo a través de esta lente, que va más allá de ordenamientos de poder y saber archivísticamente mapeables, que podemos incluir en las discusiones sobre biopolítica la ‘planificación negativa’ de carestías y otras catástrofes poblacionales artificiales en contextos capitalistas (y no-capitalistas) (2010: 8). La racionalidad biopolítica no puede ser separada de las contradictorias dinámicas del capital, tal como las encapsula Marx en la ‘ley’ de las poblaciones; ni, por la misma razón, puede ser delimitada limpiamente en una perspectiva periodizadora, en la que uno puede hablar de una era de la biopolítica o un pasaje epocal de la soberanía al biopoder o de la disciplina al control. Esto no quiere decir que no podamos mapear tendencias, como lo afirma Sibertin-Blanc al pensar en conjunto la investigación de Marx sobre las poblaciones superfluas y la biopolítica foucaultiana, discerniendo una mutación secular en la economía de la violencia de clase, con la transformación por incorporación y desplazamiento de la violencia política directa hacia la ley y las relaciones sociales de producción (2009: 93).

El hecho de que una teoría del capital sea indispensable para hacer una cartografía del poder capitalista se hace explícito en la declaración de Foucault de que las relaciones de fuerza exploradas tanto en Historia de la Locura como en Vigilar y Castigar se basan ‘en esos procesos económicos y demográficos que aparecen claramente al final del siglo XVI, cuando el problema de los pobres, las personas sin hogar, de las poblaciones fluctuantes, se plantea como un problema económico y político; y se hace el intento de resolverlo con todo un arsenal de implementos y armas’ (Foucault, 1996: 259). Pero quizá es incluso más evidente en ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’ cuando, después de señalar irónicamente que el panóptico encarna una utopía capitalista, de aquellas que se diferencian de las socialistas en que ‘desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia’ (2002a: 75), Foucault pasa a especificar que su realización no es tanto la cuestión de la implementación del modelo como la de su difusión, bajo formas muchas veces imperceptibles y moleculares. El catalizador de esta implosión y polinización o fractalización (De Angelis, 2006) de la utopía panóptica es la crisis. Foucault menciona sobre los espacios utópicos realizados del capitalismo benthamita:

Se descubrió que desde el punto de vista económico representaban una carga muy pesada y que la estructura rígida de estas fábricas-prisiones conducía inexorablemente a la ruina de las empresas. Por último, desaparecieron. En efecto, al desencadenarse la crisis de la producción que obligó a desprenderse de una determinada cantidad de obreros, reacondicionar los sistemas productivos y adaptar el trabajo al ritmo cada vez más acelerado de la producción, estas enormes casas, con un número fijo de obreros y una infraestructura montada de modo definitivo se tornaron absolutamente inútiles (2002a: 76).

Lo mencionado arriba es una prueba más, si es que se necesitaran pruebas, de la tesis de Sibertin-Blanc, según la cual la biopolítica está bajo la condición del capital.

A partir de los argumentos de Legrand y Sibertin-Blanc, he defendido que es posible pasar de una contienda estéril entre Foucault y el marxismo a la reconstrucción de una teoría del poder capitalista – de la articulación cambiante del subpoder y el plusvalor – que pueda poner la producción y reproducción política de fuerza de trabajo viviente (de cuerpos y poblaciones) en su centro. La ‘inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos’ (Foucault, 1978: 141), o, en resumen, biopoder, ciertamente fue indispensable para el pleno surgimiento y reproducción del capitalismo. Pero, como sugiere Foucault en ‘La Verdad y las Formas Jurídicas’, fueron los imperativos de la acumulación y los problemas del control capitalista los que invocaron las estrategias y tácticas cubiertas por el biopoder. Pese a que la atención de Foucault a las ‘síntesis políticas’ a los cuerpos proletarios trabajantes es crucial, también debemos recordar el tipo de procesos macro, tendenciales, que Marx mismo aprehendió bajo la ‘ley general de acumulación de capital’. Estos proveyeron y siguen proveyendo las condiciones para las estrategias y tácticas particulares del poder capitalista.

El capitalismo supone la ortopraxia, la dressage (domesticación), de cuerpos proletarios. Pero también da lugar a la producción sistemática y en gran medida impersonal de poblaciones excedentes. Prestar atención a este último punto nos permite confrontar la discrepancia entre el tiempo de trabajo de los (idealmente) cuerpos dóciles y una temporalidad de la crisis que a menudo es violentamente indiferente al tiempo (o los tiempos) del cuerpo o de la reproducción social. Así pues, la atención de Foucault a la reproducción de cuerpos productivos debería ir acompañada de una atención a lo que podríamos llamar la fisiología alienada del capital – en otras palabras, ligar las sugerentes exploraciones de Foucault sobre la génesis y reproducción del capitalismo en su corazón, con una especial atención a la lógica del capital. Irónicamente, es en este nivel más elevado de abstracción que – como lo detalla un esfuerzo reciente por vincular la forma social del valor al problema de  la ‘humanidad excedente’ (Endnotes y Benavav, 2010) – una intervención más concreta sobre la historia y la ontología de nuestro presente puede arraigarse. Al final, más allá las polémicas (antimarxistas) de Foucault, debemos atender a sus problematizaciones (marxianas), especialmente en tanto que apuntan a problemas conceptuales y prácticos que permiten aclarar el carácter irremediablemente contradictorio del modo de producción burgués: ¿cuál es el rol de la política en la coerción económica? ¿Cómo vinculamos la historia y genealogía del capitalismo con la lógica del capital? ¿Cuál es la relación entre subjetividad proletaria y la estratificación de las clases trabajadoras? ¿Qué patrones y causalidades pueden discernirse en el hacer y deshacer cuerpos y poblaciones trabajantes? ¿Cómo pueden ligarse los cuerpos, asegurarse la circulación y controlarse las poblaciones?

O: ¿qué es el poder capitalista?

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   Traducción: Sebastián León

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