Por Enrique Sotomayor
Hacia el final del hit del 2000 Oops!…I dit it again Britney Spears, lideresa de una raza alienígena especialmente dotada para el baile, hace una confesión predecible y aun así sorprendente. Sin reparo alguno revela que no era tan inocente como el enamoradizo explorador espacial del video había creído durante los poco más de 4 minutos de canción. Sin embargo, el malentendido queda saldado por una vistosa coreografía y algunos efectos especiales que a los ojos del 2018 parecen un tanto rudimentarios. El final del video muestra a Britney llevándose el costoso regalo que le ofreció el crédulo terrícola y una secuencia final de baile; en suma, un final feliz, al menos para una fiesta de sábado por la noche.
Al igual que la rubicunda Britney, Meche Spears nos ha puesto a todos en el lugar de crédulos exploradores espaciales, y cada vez que la hacíamos confesar alguno de sus engaños podía voltear la mirada hacia nosotros y decirnos, con guiño incluido, “oops! I did it again”. Atrás quedaron los días de campaña en los que la hoy presidenta del consejo de ministros realizaba vistosas coreografías por todo el país, en compañía de Wall Street Boy PPK, y en los que llegaba incluso a pedir perdón a dirigentes awajún por el baguazo del 2009. Porque si hay algo en lo que Araoz parece ser especialista es en el falso acto de contrición. Pero mira, podría decirnos Meche frente a nuestras airadas objeciones, yo ahí ya hablaba de perdón y reconciliación.
Una cuestión que en aras de la imparcialidad debe reconocerse a Meche es que sus coreografías políticas están perfectamente ensayadas y prolijamente ejecutadas, además de no hacer distinción entre los engañados. Tanto puede ser la izquierda del Nuevo Perú como los aliados de su propio partido, todos resultan timados por los efectos especiales de un diálogo aparentemente franco y sincero, y el reconocimiento simbólico de errores. En todo caso, lo interesante es que, al igual que en el caso de Britney, las tretas de Meche no son del todo impredecibles. Hay una cuota de excesiva credulidad (o de fe en la creencia) por parte de los supuestos engañados. El explorador espacial no comprende adecuadamente que Britney no quiere nada serio con él a pesar de las numerosas señales que ella le transmite, y ningún congresista podía esperar razonablemente que salvar el pellejo de Wall Street Boy no viniese con un precio predecible a pagar (como dirían los otros Boys, los de la calle de atrás, «I don’t care who you are / Where you’re from / What you did / As long as you love me»). El engaño deja de ser tan grave cuando la víctima también se miente a sí misma. Pero del otro lado, la parafernalia también revela que en estos juegos coreográficos no hay inocentes. Ello es importante porque hay una tendencia a ver en PPK más el alter ego masculino de la entrañable tía Nicolasa que el sucedáneo peruano de Montgomery Burns. En suma, mientras no se adopte la tesis de la malicia, tristemente necesaria para nuestro análisis político de coyuntura, seguiremos siendo presa de un engaño que no nos hace inocentes.
Créditos de la imagen: El Comercio.